martes, 26 de julio de 2011

LA GRAN VALERIA



Hemos viajado a un pueblo notable por su antigüedad y por los restos que allí quedan a la vista de todos. Más de veinte siglos de existencia testimonian las excavaciones llevadas a cabo en torno al pueblo, si bien, conviene reseñar que una buena parte de lo que todavía se ve nunca quedó sepultado bajo tierra, sino que siempre estuvo a la vista, soportando todo tipo de efectos dañinos a la intemperie, hasta hace muy pocos años en que a expensas de los organismos oficiales se han ido descubriendo nuevos restos y ampliando el recinto de la que en otro tiempo fue la ciudad romana de Valeria, una de las tres que asientan en la actual provincia de Cuenca. Las otras dos serían Segóbriga y Ercávica.
La ciudad de Valeria estuvo situada en lo alto de un cerro al que rodea la hoz espectacular que tajó el arroyo Gritos, junto a la carretera que va desde Cuenca a la villa de Valverde del Júcar. Un paraje muy particular al que nunca se le dio la importancia histórica y paisajística que merece.

Se necesitaría, como es fácil suponer, todo un tratado para dar mediana cuenta del pasado de esta ciudad romana, lo que está completamente fuera de nuestro propósito. Documentos hay, escritos por responsables investigadores, en los que uno se puede informar debidamente de lo que hasta los primeros años del siglo VIII pudo ser la que ha llegado hasta nosotros con el rotundo apelativo de la Gran Valeria.
Todo apunta a que la ciudad fue fundada hacia el año 82 antes de Cristo por el pretor Valerius Flacus. Se sabe que Roma le concedió el derecho del Lacio y la incorporación al Convento jurídico Cartaginense. Durante la España visigoda alcanzó el rango de sede episcopal, sufragánea de la metropolitana de Toledo. Ya en el año 589 aparece documentado el nombre de su primer obispo, de nombre Juan, uno de los asistentes al Tercer Concilio de Toledo, aquel en el que, renunciando al arrianismo, el rey visigodo Recaredo se convirtió a la fe católica con todo su pueblo. Los sucesivos obispos valerienses asistieron a todos los concilios toledanos, hasta el punto de que el último de ellos, llamado Gaudencio, participó en el decimoprimero y en todos los demás hasta el decimosexto, siendo en éste en el que suscribió las actas en primer lugar por tratarse del obispo más antiguo entre los allí presentes. De la sede valeriense, y aun de la propia ciudad, se dejó de tener noticia a partir de la segunda década del siglo VIII, a cuya decadencia y posterior desaparición debió de contribuir la invasión musulmana de la Península iniciada en el año 711.
A diferencia de otras ciudades romanas, Valeria nunca ha ofrecido dudas en su localización; pues ha conservado su nombre latino hasta nuestros días, si bien salvando algún periodo de la historia reciente en el que se llamó Valera de Arriba, hasta recobrar de nuevo su denominación primitiva a mediados del pasado siglo. De ahí que las referencias han sido continuas en los tratados de los más importantes historiadores, sobre todo a partir del siglo XVI. Martín del Rizo la llama Quemada, por haber sido incendiada por los romanos en su lucha contra los cartagineses, nombre que antes había empleado al referirse a ella el Padre Mariana. Marcos Burriel, el Padre Florez, Ponz, Cean Bermúdez, y muchos más en épocas recientes, se han ocupado de recopilar datos y de descubrir inscripciones en sus piedras. Las excavaciones, llevadas a cabo no con demasiado empeño, comenzaron en el año 1974.

Lo más interesante que hay a la vista entre lo descubierto en las ruinas de Valeria, es el “ninfeo” o fuete gigante a la que en su tiempo bajaban las aguas desde los grandes aljibes situados en la parte superior. Tanto la recogida de aguas como su distribución a la ciudad por los diferentes canales que se iban alineando uno junto al otro, abasteciéndose del contenido de los aljibes a través de una galería abovedada en conexión con las diferentes salidas, debieron ser la nota más sobresaliente de la ciudad; pues los 85 metros de longitud que tiene la galería abovedada, solo fue superada en cuatro metros más por el “Splizonium” de Septimio Severo en la ciudad deRoma, destruido hacia el año 500. De la grandiosidad de esta obra, nos da hoy una idea bastante aproximada lo que en estado de ruina todavía se conserva.
Dejamos aparte cuanto se refiere a numismática, pequeños tesoros, bronces, cerámicas y esculturas, descubiertos en las todavía recientes excavaciones, para hacer mención, con el espacio que creo que merece, al hecho de haber sido Valeria, según autorizadas opiniones, lugar de nacimiento de un Papa de la Iglesia, Bonifacio IV, no considerado español por falta de documentación contundente, pero que un investigador con fortuna, el Padre Argaiz, desveló hace casi un siglo, y sacó a la luz, en un estudio publicado el 1 de octubre de 1926, el cronista Álvarez del Peral en “El Día de Cuenca”, titulado “Bonifacio IV, el Papa que salió de Valeria”, que por su interés creo conveniente reproducir íntegro y que dice así:

“Bonifacio IV, el papa que salió de Valeria”
Sumo pontífice, natural de Valeria, hoy Valera de Arriba.
El descubrimiento de que este papa fuera español y de la actual provincia de Cuenca, se debe al benedictino P.Argaiz, que en su obra “Soledad laureada”, dedica todo el capítulo III del Teatro de Valeria en su segundo tomo, a tan interesante y curiosa investigación.
Fue su padre Juan, médico en Toledo y su madre se llamaba Ildibilda; llegó a ser presbítero de la iglesia de Valeria (hacia 593) y sirviendo en ella varios años pasó a Toledo, donde tomó el hábito de benedictino en el monasterio de San Julián Agalliense. No juzgando sitio apropiado para la perfección de su vida religiosa hallarse en su patria y cerca de sus padres, decidió irse a Roma, donde ingresó en uno de los monasterios que allí había, quizás el de San Andrés o San Erasmo, o tal vez en San Juan de Letrán. Fue el ejemplo de los demás monjes por su austeridad y penitencia, así como por sus conocimientos en materias eclesiásticas, y cuando en el año 606 murió Bonifacio III, fue elegido Pontífice con el nombre de Bonifacio IV, después de una vacante de diez meses. Fócas le regaló el Panteón, templo pagano levantado por Mario Agripa, que el Papa dedicó a la Virgen y a los mártires y aún se conserva con el nombre de Nuestra Señora de la Rotonda. Murió en 614, sucediéndole San Deo¬dato.
Las dos referencias en que apoya el P.Argaiz sus argumentos, son dos noticias dadas, la una, por Humberto en su Chrónica, que dice: «Anno 606. Bonifacius, prius Presbyter in Ecclesia Valeriensi in Carpetania pot Monbehus Agalliensis creatur Papa. Fuit filius Medici Toletani et Idibildae uxoris eius. La otra es de Anastasio, el Bibliotecario, monje de San Benito, que dice: «Bonifacius ex Valeria civitate Marsorum Joannis Medici filius, ex Presbytero, sius nominis quartus Pontifex creatur. Die six Septembris: statum domun suam in monasterium erexit reditibus locupietavit.
Ambos cronistas vivieron doscientos años después de muerto Bonifacio IV, y aunque ambos coinciden en dar el nombre y profesión de su padre, uno le hace natural de Valeria en la Carpetania (hoy Valera de Arriba) y el otro de Valeria de los Marsos en Italia. A esta discrepancia contesta el P.Argáiz diciendo que la ciudad de Valeria de los Marsos estaba destruida y despoblada hacía 550 años cuando vivió Bonifacio, mientras que la Valeria de España era una ciudad próspera e importante, residencia de un obispado, por lo que se inclina a hacerle de esta última. Termina el P.Argáiz diciendo: «Conózcale la Santa Iglesia de Cuenca por natural de su Obispado Valeriense, pues en él nació y en Valeria sirvió como sacerdote y en el Monasterio Agalliense de Toledo».

(La fotografía adjunta representa un aspecto del ninfeo de Valeria)